domingo, 3 de julio de 2016

Una mariposa te abraza en la siesta y deshace el nudo de las siete y media. Tu madre (larga, como una rubia en Argumosa que se da cuenta de su mano en tu tobillo) vence pesadillas y hoy también sonríe al pensar en la frecuencia de tus viajes de trabajo y en conciertos de Loquillo con unos amigos de Madrid.

Para la lavadora y mientras tiende junto a la ventana en la que no le dejabas abrazarte para no descontrolar una cena con maltrato de camarero, tu sonrojo le sonríe desde la cama y dos latas de cerveza que no son de mahou, brindan por un rato de playa en el que Mil soles espléndidos acompañarán vuestra arena mientras te apoyas en su pecho y disfrutas del silencio de Tombuctú.

El teléfono trae dolor, intimidad, complicidad e ilusión pidiendo a cambio sólo unas pocas horas de sueño. Son las horas que no dormís cuando le desabrochas la camisa por primera vez y te sientes tranquila, segura, confiada y querida en esos brazos que hace unos minutos abrazaban tus bloqueos y alejaban los fantasmas de tu infancia para que sientas que las cosas que otros te hicieron son cosas que ya no te pasan.

Entra la luz que anoche pretendía ocultar la perfección de tu cuerpo y tu cintura, y la vergüenza cuando te mira un par de segundos seguidos, y lejos de desear que se vista en el baño y se vaya en silencio, le pides que llegue tarde al trabajo. Y te mueves y tiemblas con su mano en tu sexo.

Él aguanta las lágrimas hasta justo el momento en el que se da la vuelta sin ni siquiera verte marchar, después de un beso fugaz en una columna al lado de un baño. Y antes de que pase un minuto tu whatsapp le dice que le echas de menos.

Aquella noche, la primera de complicidad tras tantos años, supo que algo inesperado, sorprendente y especial le había ocurrido a su vida sin saber bien cómo ni por qué. Varias noches después, varias horas de sueño que no volverán, tu alma poco a poco abandona la anestesia y tu piel se convierte en una chapa que un día de estos acabará en una vuelta al mundo (no sin ella, siempre con ella cantándole Lirín, lirán, li liri lirán lirón…). Por donde tú brinques también yo brincaré.

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