lunes, 27 de abril de 2009

Gregorio enfila un Prado extrañamente vacío. Está callado. Nunca sabremos si por respetar el duelo y el silencio de los pasajeros de su vehículo, o sencillamente (y, a simple vista, no parece un hombre que repare en estas cosas) porque las horas invitan al silencio.

En el asiento del copiloto disputo una estúpida lucha consistente en no dejar escapar mis lágrimas. Las pocas que me ganan la batalla se turnan. Unas son de tristeza. Otras, no sé cuáles, se imponen para expresar una mezcla de emoción y alegría que deja además un ahogo (más que un nudo) en la garganta.

Las cholitas han dejado de tintinear sobre mi cabeza, y el niño Jesús Morales se ha quedado solo en la habitación. Sólo espero que no haya quedado descalzo.

Me traigo una camiseta verde para el doce de junio, una chakana de una pirámide que aún no existe y otra del hijo de una señora tan pesada como para no comprarle nada. Todo son regalos.

Ahora Los deshabitados vuelven a su rutina mientras yo vuelvo a la mía, Gregorio comienza a hablar y Geri retorna a su locura cual chileno del piso de abajo, parte de atrás.

Es una fila interminable (después de otras dos y media; la media la más larga de todas). Cuando se está acabando, dejo de pelear contras mis lágrimas porque sé de antemano que, sin más remedio, saldrán de mis ojos y, con la misma sencillez, Newton las llevará al suelo.

Lloro por nuestras tontás. Porque las ventanas nunca se cierran, porque el periódico se lee en la mesa aunque haya más comensales y porque me gusta llegar al fútbol cinco minutos antes de que empiece el partido.

Lloro por la cajita verde y redonda para los labios, por la esponja que no usé y por El Ceibo.

Lloro porque mi asiento siempre fuese el de adelante. Porque jugamos (y casi siempre gané).

Lloro por cada conversación en la cocina (fría, ¡puta!), porque me escucháis, me entendéis, me queréis y me perdonáis… la tristeza.

Lloro porque os quiero. Y no porque me sienta querido, lloro porque me queréis.

Y cuando el asiento de atrás de Gregorio baja de nuevo hacia Sopocachi sé que lo hace feliz pero tan callado como cuando subía. Y estas horas ya no invitan al silencio.

"Ya".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El niño "Jesu" Morales ya no se descalza, pero echa de menos que se le caigan los zapatos porque eso quiere decir que ya no está acompañado, las cholitas no hacen ruido, pero si los chilenos de abajo y, aunque las ventanas ya se cierran, la casa se ha quedado un poco más fría... vuelve cunado quieras, que nosotros ya vamos a seguir queriéndote mil veces...

Anónimo dijo...

Oye, oye que yo también te quiero tío, si lloras por algo tan guapo pos vamos a darte razones... estooo vuelvo el 6 de Mayo, espero que mi habitación esté lista que sabes que me gusta descansar despues de unos mesecitos en el desierto...Oye nena, creo que es más fácil comunicarnos a través del blog de Nacho!Si este comentario no sale a la luz lo entenderé...dita sea!