Me olvidé del sol y el sol se
acordó de mí permitiendo un rato de descanso, de olvido, de relajación extrema,
mientras tú insistías en que anoche me observaste feliz (reír). Y la vida debió
dejarme otro rato en ese paraíso verde y amarillo, de cerveza, ratos de fútbol y buena compañía.
Porque el alivio de mis pequeñas
tensiones no se transformó en otros llantos que me hicieron sufrir por el
sufrimiento palpable de quien ha dado su vida en una niña eterna que nos
devuelve a la humanidad, pero que también provoca cansancios mucho más intensos
y continuos que los míos.
Mi alivio fue sonreír. Mi alivio fue descubrir
dos días de caras amables y divertidas. De caras cómplices que no esperan una
orden, una indicación, una respuesta, un castigo o un favor. Mi alivio fue que
se hizo de noche y no tenía casi nada que decidir. Mi alivio fue que nadie me
miraba ni buscaba excepto para nada.
Y recuerdo tu abrazo de hombre
grande y bueno, sin bajar aún del altar y tú y yo sabemos que aunque no nos guste
emocionarnos nos llevamos cada uno una lágrima del otro.
Y te dormiste después de pedirme
un cuento de fútbol en el que yo sí que marqué el penalti definitivo mientras
llovía en un campo de barro de Orcasitas, muy cerca del Jardim dos Professores.
Y en tu taxi de lujo me cambiaste
el sitio y me alegraste con otro vóley mientras tus pies sufrían el día
después.
Y hoy volveremos a cantar El tiempo y todo volverá a parecer lo mismo. Aunque se haya terminado ese rato
de sol y no quede otro remedio que guardarlo perenne en mi memoria.
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