domingo, 16 de junio de 2013

Hay un momento en el que me agradece un mensaje y cada una de mis lágrimas que se van sin remedio explican que no merezco ningunas “gracias” y que todavía sigo debiendo muchos perdones.

Ella se levanta de la mesa. Tan espontánea como impaciente porque llegase ese momento. Y me acaricia con su pelo corto, y me da la mano que me absuelve tanto como aquel encuentro de invierno en Springfield. Y besa mis sollozos y me pide un abrazo, que es tan verdad como el dolor de estos meses, cuando me levanto.

Y cada vez entiendo menos cómo la vida puede ser tan mierda si yo sólo me junto con gente buena y generosa.

No me permitiré el lujo de dejar de echaros de menos.

1 comentario:

Gaia dijo...

Nosotros tampoco... :(