Hay un momento en el que
me agradece un mensaje y cada una de mis lágrimas que se van sin remedio
explican que no merezco ningunas “gracias” y que todavía sigo debiendo muchos
perdones.
Ella se levanta de la
mesa. Tan espontánea como impaciente porque llegase ese momento. Y me acaricia
con su pelo corto, y me da la mano que me absuelve tanto como aquel encuentro
de invierno en Springfield. Y besa mis sollozos y me pide un abrazo, que es tan
verdad como el dolor de estos meses, cuando me levanto.
Y cada vez entiendo menos
cómo la vida puede ser tan mierda si yo sólo me junto con gente buena y
generosa.
No me permitiré el lujo
de dejar de echaros de menos.
1 comentario:
Nosotros tampoco... :(
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