Tal vez no fuese la salida 17 sino la 16, cuando la A-1 te acerca a Madrid. El Street View del google esta vez no ayuda a distinguir. Y hoy no estás a mi lado para ayudarme a recordar, aunque la palidez de tu cara en aquel momento en el que no sabías qué hacer tal vez bloquease tu memoria tanto como mis lágrimas.
Creo que insistió hasta tres veces y luego paró. El guardia civil repetía, cada vez con menor vehemencia, que el coche no se podía detener en el arcén. No sé si mi cuerpo desencajado o mis ojos temblorosos le quitaron las ganas de una sanción o de seguir con el discurso.
Quedaba atrás una tarde furtiva, otro rapto conjunto con un café caliente en un bar escondido procurando iniciar lo que luego tanto costó, lo que luego tanto creció.
Cinco minutos antes había llegado la primera llamada sin respuesta. Con la segunda tuve un mal presentimiento que se tradujo en muerte en cuanto conseguí parar el coche.
Después me preguntaste si quería que condujeses. Creo que no llegué a responderte, supongo que no podía casi hablar, pero ahora, cinco años después lo hago: no sé cómo conseguí llegar al semáforo en el que paraba el coche cada noche cuando te dejaba en casa en nuestras primeras semanas, y nos dábamos un beso rápido mirando a cada lado buscando que no apareciesen caras conocidas.
Sin embargo, nunca olvido tu mano izquierda en mi pierna derecha durante aquel corto trayecto.
Yo no volví a casa. Fui a buscar un ataúd de cigarros y pena. De un dolor desgarrado que todavía hoy, cuando te pienso, me cuesta creer, intento evitar y me doy cuenta de que nunca acabé de asimilar.
Estés donde estés, aunque no estés, gracias por aquellos buenos ratos que pasamos juntos (los hubo, aunque no te valiesen).
No hay comentarios:
Publicar un comentario