martes, 4 de septiembre de 2012

La luna se muestra firme e imperiosa, como recordando que aquí manda ella, mientras recorro aún de noche la calle de la Encomienda camino del trabajo. Se le ha ido yendo un trocito en su parte derecha inferior, y me voy a San Telmo, a una terraza de Quilmes y tangos, y observo que la porción que le falta es la contraria. Y me siento tan pequeño como siempre.

Recorro esta calle por enésima vez y me acuerdo de mis adolescentes paseos arriba y abajo camino de Don Pedro. Entonces no había nervios y por eso no salían granos que ardían, ni picaba la cabeza, ni se iba el cuero cabelludo en forma de caspa, ni después de la ducha la bañera aparecía llena de pelos que se caen, como si la calvicie fuera la última de las plagas por llegar. Entonces no dolía el infraespinoso, como siempre en el lado derecho, hasta el punto de dificultar la escritura en este portátil que me aburre.

Pero ahora queman, se van, se caen y duele.

Y una bandera cutre rojiblanca intenta bajar al ahorcado en tu despacho. Y aunque eche de menos un menú de burbuja, me calma tu compañía, que tanto extrañé, y tres cervezas con sabor a Almería.

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