Te he echado de menos. Tal vez este verano más que otros. En
veinte años, aunque nunca esperamos nada el uno del otro, nunca nos fallamos.
Me has visto crecer. Cambiar. Poco tengo que ver con el niño
de trece años que bajaba empujado por la masa del fondo sur cuando Míchel ponía
el balón en la red. Nos separaron los veranos, cinco operaciones de rodilla y
alguna semana más de muletas. Pero siempre volvíamos como decíamos ayer…
Nadie entiende que te disfrute a solas, que cada día de ti,
sin más símbolo que el carnet y más compañía que la radio me siente ante tu
verde y disfrute y sufra, y me muerda las uñas aunque no me las muerda, y pase
algunos de los mejores ratos de la semana. Nadie entiende que viaje a solas
contigo, que te siga a todas partes.
Y descuento los días y las horas para el reencuentro. Y ya
queda menos para las siete de la tarde del próximo domingo. Estarás guapo,
brillante, blanco. Y volverás a ilusionarme y emocionarme.
Y aunque no esté nos imaginaremos a Zidane haciendo magia en
el césped. Y siempre pensaremos en Redondo y en Del Bosque. Y nos acordaremos
de Juanito y de Raúl (al que disfruté desde el primer al último día).
Y cantaremos otra vez: cómo no te voy a querer. Y seremos
campeones de Europa por décima vez.
Porque el fútbol no es una cuestión de vida o muerte sino algo mucho más importante. Porque nunca caminarás solo.
Que veinte años no es nada... ¿o sí?
Que veinte años no es nada... ¿o sí?
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