domingo, 12 de agosto de 2012

No pretendo que nadie me entienda. Dice el calendario que, aunque nos conocemos y queremos desde mucho tiempo antes, este mes se cumplen veinte años desde la última vez que dejé de estar contigo cada quince días en un ritual de soledad compartida con otras ochenta mil personas.

Te he echado de menos. Tal vez este verano más que otros. En veinte años, aunque nunca esperamos nada el uno del otro, nunca nos fallamos.

Me has visto crecer. Cambiar. Poco tengo que ver con el niño de trece años que bajaba empujado por la masa del fondo sur cuando Míchel ponía el balón en la red. Nos separaron los veranos, cinco operaciones de rodilla y alguna semana más de muletas. Pero siempre volvíamos como decíamos ayer…

Nadie entiende que te disfrute a solas, que cada día de ti, sin más símbolo que el carnet y más compañía que la radio me siente ante tu verde y disfrute y sufra, y me muerda las uñas aunque no me las muerda, y pase algunos de los mejores ratos de la semana. Nadie entiende que viaje a solas contigo, que te siga a todas partes.

Y descuento los días y las horas para el reencuentro. Y ya queda menos para las siete de la tarde del próximo domingo. Estarás guapo, brillante, blanco. Y volverás a ilusionarme y emocionarme.

Y aunque no esté nos imaginaremos a Zidane haciendo magia en el césped. Y siempre pensaremos en Redondo y en Del Bosque. Y nos acordaremos de Juanito y de Raúl (al que disfruté desde el primer al último día).

Y cantaremos otra vez: cómo no te voy a querer. Y seremos campeones de Europa por décima vez.

Porque el fútbol no es una cuestión de vida o muerte sino algo mucho más importante. Porque nunca caminarás solo.

Que veinte años no es nada... ¿o sí?

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