Dos días antes del sorteo de navidad la planta del dinero sufre con desconcierto una gran helada que cambia su creciente esplendor por una mezcla irresoluble de supervivientes hojas verdes que lloran a sus marchitas compañeras ahora de color más oscuro.
El frío ha puesto en marcha su maquinaria de argucias para hacer inútiles todo mecanismo de defensa de carácter textil y cutáneo y al inicial picor de garganta le han sucedido de forma espontánea mocos, dolores de cabeza y una tos que ha progresado por el sistema respiratorio de forma descendente hasta alcanzar los bronquios.
Mamá se vuelve a disgustar porque un año más no tengo mayor interés en copiosas cenas, uvas de no sé qué suerte y numeritos varios en forma de casposa parroquia y hotelito en Cudillero.
El fin de año también trae recuerdos de casas gélidas con niebla que me transportan a los peores momentos que nunca tuve.
El trabajo no colabora en poner el sol que le faltan a estas jornadas y recojo los frutos de la libertad que me provocan mis malas vestimentas. Se combinan tedio y extrañeza y las cosas por hacer libran otra eterna batalla contra la desgana de hacerlas que, como habitualmente, aprovechan el agobio y la angustia para resultar victoriosos y devolverme una explosiva combinación de tic en el ojo derecho y dolor preinfarto en el pecho izquierdo.
Se me ocurren planes, colegas, amigos, llamadas y pros pendientes que tampoco vencen este hastío y que me provocan cierto sentimiento de culpa por el abandono.
La abuela me alegra otro diciembre marchito pero ni eso me alegra.
Así que me agarro a que el calendario pase y aunque la caída de días no frenan el desasosiego que produce este invierno, recuerdo que le antecedieron meses en los que descubrí a Salander y Patel viajando de Londres a La Paz para arreglar terremotos pasados y descubrir que pese a la masiva presencia de malditos bastardos, la guitarra de César nos llevará por fin hasta detrás de la vía.
Y entonces recupero la capacidad de disociación y sé que lo único que me ocurre es que tengo metido en el fondo de mí que no es lo mismo tener que conformarse que estar conforme. Y creo que ni las más alegres primaveras podrán con este sentimiento.
El frío ha puesto en marcha su maquinaria de argucias para hacer inútiles todo mecanismo de defensa de carácter textil y cutáneo y al inicial picor de garganta le han sucedido de forma espontánea mocos, dolores de cabeza y una tos que ha progresado por el sistema respiratorio de forma descendente hasta alcanzar los bronquios.
Mamá se vuelve a disgustar porque un año más no tengo mayor interés en copiosas cenas, uvas de no sé qué suerte y numeritos varios en forma de casposa parroquia y hotelito en Cudillero.
El fin de año también trae recuerdos de casas gélidas con niebla que me transportan a los peores momentos que nunca tuve.
El trabajo no colabora en poner el sol que le faltan a estas jornadas y recojo los frutos de la libertad que me provocan mis malas vestimentas. Se combinan tedio y extrañeza y las cosas por hacer libran otra eterna batalla contra la desgana de hacerlas que, como habitualmente, aprovechan el agobio y la angustia para resultar victoriosos y devolverme una explosiva combinación de tic en el ojo derecho y dolor preinfarto en el pecho izquierdo.
Se me ocurren planes, colegas, amigos, llamadas y pros pendientes que tampoco vencen este hastío y que me provocan cierto sentimiento de culpa por el abandono.
La abuela me alegra otro diciembre marchito pero ni eso me alegra.
Así que me agarro a que el calendario pase y aunque la caída de días no frenan el desasosiego que produce este invierno, recuerdo que le antecedieron meses en los que descubrí a Salander y Patel viajando de Londres a La Paz para arreglar terremotos pasados y descubrir que pese a la masiva presencia de malditos bastardos, la guitarra de César nos llevará por fin hasta detrás de la vía.
Y entonces recupero la capacidad de disociación y sé que lo único que me ocurre es que tengo metido en el fondo de mí que no es lo mismo tener que conformarse que estar conforme. Y creo que ni las más alegres primaveras podrán con este sentimiento.
Porque no quiero, aunque no quede otro remedio.
5 comentarios:
..."no es lo mismo tener que conformarse que estar conforme".
Eres grande!!, aunque no te guste la navidad. Aunque el barniz de nostalgia y desaliento te invade en estas fechas y aun peor, aunque sea mucho mas que un barniz...
La navidad y sus tonterias es precindible pero sirve para recordarme las cosas que no lo son.
La gente como tu y tus palabras que me llegan sin postales ni guiños festivos pero tan brillantes como siempre, tan imprescindibles como necesarias.
No me faltes en 2010. Aunque no te guste, cambiamos de año, nos hacemos un poquito mas viejos y espero seguir caminando a tu lado porque hay veces que tampoco me gusta un pelo nada de lo que veo y sobre todo, nada de lo que aun queda por hacer..si es que aun se puede hacer algo ...
Un abrazo
La Navidad no es la única fecha en la que tienes que demostrar a la gente que la quieres y que te acuerdas de ella... pero si puedes aprovecharla para hacerlo.
Aunque insistas con que el perle no combina con la seda o los calcetines blancos no se llevan con calzado oscuro, el ejemplo es elocuente.
Y no lo dudes despues de la espesa niebla se encuentra una dulce primavera, justo, justo detras de ese camino tortuoso. Lo único, es que hay que pelearlo y a competir no hay quien te gane.
Ni me miró,
cuando me dijo adiós.
Se le notaba que estaba asustada
por cómo temblaba su voz.
Cuando se fue,
juró nunca más volver.
Pero volvía porque sabía
que yo estaría otra vez.
Y que la sombra de algo tan prohibido
me sigue teniendo prisionera y viva
pendiente de ti, pendiente de ti.
Porque la luna alumbra cada noche
mi ventana oscura, vivo sola y pobre
pendiente de ti, pendiente de ti.
Si llego a saber que te pones así por las palizas que te meto al pro, me dejo ganar!. Informarte que en Asturias soy mera comparsa. Tengo unas ganas de ir pa Madrid a hacerme de valer...
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