La abuela debería poder morirse. No es un alegato a favor de la eutanasia ni un grito de odio contra la mente ñoña de Paulo Coelho. Es un derecho adquirido a lo largo de casi noventa y dos años de vida.
Y no se muere. Aunque moriría por hacerlo.
La abuela debería tener derecho a dejar de aburrirse. Debería poder dejar de ser consciente de todo, cuando sabe que su todo es nada y que mañana será menos. Debería poder dejar de estar sucia y de oler a mierda porque no es la hora de que la limpien. Debería dejar de no importarle que le mire sus fichas del dominó. Debería dejar de no tener fuerzas (o ganas) para verme y decirme lo guapo que estoy. Debería dejar de no oír. Debería dejar de respirar mal, de no andar, de tener los dientes podridos, los tobillos hinchados y la piel de la cara cada vez más retraída hacia los huesos que dan forma a los pómulos. Debería dejar de no sonreír.
La abuela debería dejar de desear morirse. Debería poder no despertarse mañana para poder no desear morir.
Y debería poder. Y el día que por fin pueda estaré tan triste que ningún abrazo ofrecerá consuelo. Porque se habrá ido, más tarde de lo que merecía, una persona tan anónima como grande que lo único que pidió en toda su vida fue morirse un poco antes de ahora.
2 comentarios:
¡Impresionante Nacho!
¡Que bien has expresado ideas y sentimientos que comparto contigo!
todo tu texto es una de las mayores muestras de cariño que he leido nunca...
me gusta tanto como siempre, aunque haya tanta tristeza... será por eso que siempre me encanta?
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