Frente al Ayuntamiento se concentran a media mañana ocho personas que proclaman el derecho a otro mundo posible y este olor a un mar cercano, no compensa la nostalgia del Madrid más parecido al mayo francés que mi generación haya conocido, ni la lejanía de un hospital donde la abuela cumplirá años y yo no sabré por qué felicitarla.
Me acompaña desde hace meses un omeprazol que pelea contra los antiinflamatorios para que mi estómago no sea otra parte del cuerpo carne de prácticas de universidad y añoro aquellos años de barro en La Chopera cuando mi comunio era un San Lorenzo con franja azul sobre el pecho camino de una victoria eterna.
Y aunque Sevilla queda ya menos lejos, la Puerta del Sol se me antoja tan lejana como una jornada de jueves con trabajo, planta de medicina interna y resonancia magnética que convertirán en viernes mis intentos de revolución.
A ti, que me echaste de menos tanto como yo a ti mientras gritabas por otro mundo posible. Por los días que vendrán. Que vendrán.
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