martes, 15 de octubre de 2013

De manera extraña se van haciendo borrosos los recuerdos de tus rasgos, y cada día que pasa tengo que hacer un mayor esfuerzo por recordar cómo son tus pestañas o dónde exactamente están las marcas de tus heridas o en qué preciso lugar están tus lunares. Así, sigilosamente, comienza a ser arduo el esfuerzo por recordar con precisión el timbre de tu voz.

Bendito skype anti amnesia.

Por fin descubro una primavera, un entretiempo (tan extraño y breve en Madrid) entre el crudo invierno sin calefacción de Santiago y una Nochevieja en manga corta mirando al Pacífico.

Aparecen entonces las terrazas de Providencia, del Barrio Italia y de este Lastarria que desdibuja inquietantemente la cara del camarero del Achuri o la marca de cerveza que sirven en el Revuelta.

Son cien días desde la noche en la que tú llorabas como sólo te había visto llorar una mañana de cementerio. Y donde tú aguantabas las lágrimas intentando no hacerte más duro el momento.

En estos meses los Andes han perdido parte de su encanto, no por la familiaridad con la que ya nos tratamos sino porque se fue la nieve. Y agradezco el sol tras negárseme varios veranos.

Y es tan extraño cómo se va alejando todo que no sé si proteger a la memoria o al olvido.

En todo caso, brindo contigo (con una Torobayo en el Central Perk) por los días que vendrán. Que vendrán.

Por otros cien días más. Que ya están llegando. Que se van...

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