De manera extraña se
van haciendo borrosos los recuerdos de tus rasgos, y cada día que pasa tengo
que hacer un mayor esfuerzo por recordar cómo son tus pestañas o dónde
exactamente están las marcas de tus heridas o en qué preciso lugar están tus
lunares. Así, sigilosamente, comienza a ser arduo el esfuerzo por recordar con
precisión el timbre de tu voz.
Bendito skype anti
amnesia.
Por fin descubro una
primavera, un entretiempo (tan extraño y breve en Madrid) entre el crudo
invierno sin calefacción de Santiago y una Nochevieja en manga corta mirando al
Pacífico.
Aparecen entonces las
terrazas de Providencia, del Barrio Italia y de este Lastarria que desdibuja
inquietantemente la cara del camarero del Achuri o la marca de cerveza que
sirven en el Revuelta.
Son cien días desde la
noche en la que tú llorabas como sólo te había visto llorar una mañana de
cementerio. Y donde tú aguantabas las lágrimas intentando no hacerte más duro
el momento.
En estos meses los
Andes han perdido parte de su encanto, no por la familiaridad con la que ya nos
tratamos sino porque se fue la nieve. Y agradezco el sol tras negárseme varios
veranos.
Y es tan extraño cómo
se va alejando todo que no sé si proteger a la memoria o al olvido.
En todo caso, brindo
contigo (con una Torobayo en el Central Perk) por los días que vendrán. Que
vendrán.
Por otros cien días
más. Que ya están llegando. Que se van...
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