Cuando suenan las primeras
palabras de La maza, siento intensamente unas ganas de empezar a escribir que
no se marchan según avanza este bonito Ojalá, y que aumentan cuando en los
últimos minutos se repiten una vez tras otra las imágenes del imponente Malecón
y la placentera fusión de las nubes blancas y el perfil del Hotel Nacional.
Creo que las ganas incontroladas
de teclado sólo se deben a que desde
el primer acorde sentí que fueron demasiado importantes las cosas que dejé en
La Habana.
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