viernes, 20 de diciembre de 2013

Una foto borrosa en forma de croquetas caseras me transporta al Springfield de Gran Vía. Es invierno y hace frío en Madrid.

Mientras miro una sudadera para ampliar mi amplio fondo de armario tu mirada y la mía se cruzan. No te veo yo antes que a ti, ni tampoco sucede al revés. No sé por qué tu cara se llena de tanta sorpresa como la mía, e inmediatamente, soltamos la ropa que hay entre las manos y nos abrazamos. Me abrazas. Porque en cuanto me rodeas me deshago, me hago pequeño, me hundo hasta casi desaparecer. Y lloro. Y lloro. Y sigues abrazándome para que no deje de llorar.

Cuando me calmo te miro otra vez. Estás tan lindo como siempre, aunque se ha quedado una mueca de bloqueo en tu cara que no consigo que se vaya pidiéndote perdón por mi tristeza.

Llevas prisa, tal vez yo también, pero ninguno de los dos queremos irnos sin al menos poder decir algo más que lágrimas y abrazo.

Te invito a un café a precio chileno en el cual intento calmarme, y tal vez lo consigo hasta que algún hermano te llama al móvil y sigo llorando porque no hay motivo para dejar de hacerlo.

PD: nos dijimos adiós. Ojalá que volvamos a vernos.

No hay comentarios: