Me gustaba limpiar la mierda de la mierda de Madrid.
Me gustaba limpiar esos culos viejos, llenos de granos, de
pelos, de heridas con sangre.
Me gustaba la violencia de aquel sitio. Los cuchillos, la
sensación de peligro.
Me gustaban los brotes de locura que acababan con mis gafas
machacadas en el suelo al invadir el espacio de la esquizofrenia.
Me gustaba recoger un cuerpo muerto del suelo.
Me gustaba ver desde la puerta cómo os escondías detrás de
los matorrales para follar de mala manera.
Me gustaba cortaros el pelo y ver cómo al pasar la máquina la caspa saltaba.
Me gustaba curaros heridas supurantes mientras conversábamos
y se escapaba un poco de vuestra saliva a mi cara.
Me gustaban los diminutos gusanos que se comían el dedo
gordo del pie de Julián cuando le retiraba el calcetín para ayudarle a ducharse
mientras escupía flemas a mi cara por el agujero de su traqueotomía.
Me gustaba recoger un ojo de cristal del suelo y meterte la
mano en la boca mientras te ahogabas para que pudieses seguir respirando.
Me gustaba saber que
me rodeaban cincuenta personas que vivían obsesionadas por tener su
ración diaria de vino.
Me gustaba acompañarte al médico y que la gente nos mirase
mal porque no olías a esencia de mujer ni a perfume de diseño, ni a perfume de
puta barata. Olías a alcohol y a caca.
Me gustaba veros drogados cada noche con esa mezcla de benzos y don simón.
Me gustaba sonreíros y servir la comida con agrado aunque
luego os cagaseis en mi familia porque la cena os parecía una basura.
Me gustaba.
Y cuando me olvido de quién soy, vuelvo a la
mierda sin mascarilla, respiro y me encuentro. Aunque ya no vaya a sacarte del
baño cuando te mal cortas las venas.
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