Aunque todos los caminos llevan a
Concha Espina, se me hace extraño haber perdido el ritual del 27, donde me
sentaba siempre en la última fila para reducir las posibilidades de que algún
abuelo con mejores rodillas que yo me hiciese levantarme para ceder el asiento.
Leía. Sonaba la voz de González, Castaño y Lama, y ese ratito de Castellana
arriba formaba parte de un ritual de sosiego en el que predominaba mi por
entonces menos marcada tendencia al yo.
Hoy camino extraño por esta nueva
ruta a pie que hace sufrir al oblicuo y al dorsal ancho de mi lado derecho
mientras subo la leve cuesta de Juan XXIII. Me bloqueo por un instante extraño
y doloroso cuando Jerónima Llorente saluda a Juan Pradillo y en la radio de un
Megáne canta Oliveros gol.
Ya no leo.
Pero recupero el tercer anfiteatro
del fondo sur, como el que encuentra el juguete favorito que una tarde perdió. Y
mi vista se pierde en un verde perfecto mientras mi cabeza se va al Monumental
donde la barra aprieta y siempre gana el Cacique. Y aunque no sea el mismo de
entonces, cuando salgo lo hago deprisa, como si tuviese que correr para no
perder el autobús dirección Embajadores, y paseo de vuelta hacia un horizonte
de piso 15, Casa de Campo y A-6. Que veintitrés años no son nada. Cómo no te
voy a querer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario