Me cuesta alejarme. Me acuerdo de caras y nombres de los que me distancio. Con la sensación cíclica, con la sensación que envuelve mi vida haciéndose a ratos más o menos latente. Esa sensación de rechazo del mundo hacia mi insignificante persona, que se hace recíproco cuando intento rechazar al mundo.
Me acuerdo entonces de un modesto restaurante cercano a la Plaza de San Francisco. Es La Paz. Son tres comensales más. Me escuchan un discurso algo catastrofista que en los últimos meses se ha hecho demasiado presente. Disfruto con aquellas cervezas que subían sin parar del piso de abajo. Me siento querido. Querido, de verdad. Como pocas veces. Devoramos la comida, el alcohol y las horas de la noche boliviana, tan peligrosa, según dicen, que nos hace sentir muy seguros estando juntos.
No está el mundo preparado para los pasos atrás. Cuando los das se produce una pequeña microfractura en este sistema que todos seguimos porque realmente nos cuesta creer que otro mundo es posible. Los pasos hacia el frente siempre se entendieron y se aplaudieron. Hay que explicar los pasos atrás. Con la sensación de que poca gente entiende lo que dices y de que siempre buscan más de lo que hay.
Y con esos pocos que lo entienden sin preguntar seguiré compartiendo comida, alcohol y horas. Desde la tranquilidad de saber que se puede. No sé el qué, pero se puede.
Me sorprendo a mí mismo lanzándome a un pequeño vacío ya no con 24 años y un currículum por hacer, sino con 28 y un CV apetecible cuanto menos. En la sorpresa me reencuentro conmigo mismo y sonrío al mirarme sintiéndome un loco incurable al que la falta de hijos e hipotecas le permite seguir siendo libre y trabajando 14 horas el día después de anunciar que deja un empleo.
Perdón por la tristeza.
Me acuerdo entonces de un modesto restaurante cercano a la Plaza de San Francisco. Es La Paz. Son tres comensales más. Me escuchan un discurso algo catastrofista que en los últimos meses se ha hecho demasiado presente. Disfruto con aquellas cervezas que subían sin parar del piso de abajo. Me siento querido. Querido, de verdad. Como pocas veces. Devoramos la comida, el alcohol y las horas de la noche boliviana, tan peligrosa, según dicen, que nos hace sentir muy seguros estando juntos.
No está el mundo preparado para los pasos atrás. Cuando los das se produce una pequeña microfractura en este sistema que todos seguimos porque realmente nos cuesta creer que otro mundo es posible. Los pasos hacia el frente siempre se entendieron y se aplaudieron. Hay que explicar los pasos atrás. Con la sensación de que poca gente entiende lo que dices y de que siempre buscan más de lo que hay.
Y con esos pocos que lo entienden sin preguntar seguiré compartiendo comida, alcohol y horas. Desde la tranquilidad de saber que se puede. No sé el qué, pero se puede.
Me sorprendo a mí mismo lanzándome a un pequeño vacío ya no con 24 años y un currículum por hacer, sino con 28 y un CV apetecible cuanto menos. En la sorpresa me reencuentro conmigo mismo y sonrío al mirarme sintiéndome un loco incurable al que la falta de hijos e hipotecas le permite seguir siendo libre y trabajando 14 horas el día después de anunciar que deja un empleo.
Perdón por la tristeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario