domingo, 21 de septiembre de 2008



Se sienta enfrente de mí. Por su edad, podría ser mi padre. Por sus conocimientos, profesor de Arte en cualquiera de las universidades españolas. Por su exquisita educación, docente de un curso de protocolo. Por su buen gesto en cada momento, una Amelie con cuerpo de hombre. Por su sufrimiento diario, un preso en Guantánamo. Por su mirada perdida, Ramón Sampedro volando por la ventana a través del mar.

Tengo que salir a buscarlo pues prefiere esperar el tiempo que sea necesario a interrumpir aquello que yo esté haciendo (esperarlo).

Es martes. Como cada semana. Las 12:00 horas.

Nos sentamos. Lo observo, y aunque tras mirarlo ya sé la respuesta le ataco con un discreto “¿qué tal?”. Se ha levantado tarde para sus costumbres y para lo que exige a su vida, y a partir de entonces (las 9:00) el resto del día ha ido mal. Tan mal que ha terminado golpeándose un rato antes de venir al Centro.

Me dice, así se lo parece aunque objetivamente no sea cierto, que su habitación está muy desordenada y su retraso para levantarse no le ha permitido dejar algo más arreglado todo. En vez de aprovechar el tiempo que tenía se ha puesto nervioso, ha bajado a la calle, ha fumado un cigarro a escondidas de una madre que se entera de todo, y ha entrado en el bar habitual a tomar un café. Se ha agobiado pensando dónde había metido los dibujos que hoy me tenía que enseñar, y, cada vez más nervioso, ha vuelto a salir a la calle y cuando nadie pasaba se ha golpeado.

“Me he hecho daño”, me dice con voz suave y cara atribulada. Dan ganas de abrazarlo.

A cambio, recuerdo que en mi contrato y en mi nómina pone que soy terapeuta ocupacional y que trabajo en un Plan para atender a personas con enfermedad mental. Y me pongo junto a él a buscar estrategias y ordenar su tiempo para que no le agobie ni ese desorden, ni el de no encontrar tiempo para ver al detalle todas las exposiciones de arte que invaden esta ciudad, ni el de no poder estudiar toda la prensa diaria que ataca sin piedad nuestra capacidad para leer apenas unas pocas palabras por minuto.

Ya más tranquilo tras escucharme que yo tampoco tengo tiempo para leer todo lo que me gustaría ni para ver todas las películas que la cartelera nos arroja, me cuenta que siempre que se agrede se esconde de su madre para que ésta no sufra. Que el otro día se golpeó porque se ha enterado de que su sobrino ha suspendido dos asignaturas. Y que cuando se pega lo hace abofeteándose en la cara hasta sentir verdadero dolor.

Después vamos a su casa y le ayudo a ordenar las estanterías clasificando los miles de artículos que acumula y que nunca leerá. Antes de irme me mira de una forma especial. No dice nada pero sus ojos transmiten mejor que cualquier palabra una sensación de calma y agradecimiento.

Su madre me despide hasta la próxima semana y ya sin él delante llora de emoción dando “las gracias a Dios porque haya puesto en la vida de su hijo a gente tan sensible, comprensiva y paciente como para poder ayudarlo”.

Por el camino de vuelta al Centro voy pensando en que tal vez Dios finalmente exista aunque sólo signifique trastorno obsesivo compulsivo, sepa de arte más que cualquier persona que lea estas líneas y te den ganas de abrazarlo eternamente para que deje de sufrir. Y, como a su madre, a mí también se me escapa la lagrimilla y le agradezco (¿a Dios?) que haya puesto en mi vida a personas tan maravillosas como él.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Nacho, sigues sin defraudarme, se lo he mandado al "dios" del Plan.
Como sigas haciendome caso se seguiré mandando cosas.
Ana La instigadora.
Besazos

Anónimo dijo...

Hola Nacho: He leido en tu blog tu relato en relacion a un usuario y tu papel en su atención. La verdad es que creo que Dios no existe pero si que hay mucho de sagrado en la buena gente, en la ayuda a otros, en la capacidad de empatia y en acompañar a otros en su camino para recuperar una vida digna y con sentido. El Plan, sus centros, sus profesionales son parte de esa misión.
Se que ahora esta con La Fundación RAIS pero siempre seras bienvenido en el Plan ya lo sabes.

Un fuerte abrazo y mucho animo

Abelardo, el del Plan