Un coitus interruptus (en este caso un interruptus coitus) en forma de música de extraterrestre peludo y cariñoso me hace salir corriendo y yo, que ya ni quiero ni tengo por qué esconderme de nadie ni de nada, y que hace tiempo que dejé de mentir, me sorprendo huyendo sin saber bien de quién o de qué.
Me refugia clandestinamente el 37 y, en pocos minutos, se desprende de mí en una Cibeles que sufre sus peores días del año sitiada por hombres de verde que la insultan con butacas y gradas.
Mi pequeño trozo de ingenuidad me dice bajito, al oído, en un miedoso susurro, que en tiempos de crisis (económica) no estaría de más suprimir casposas exhibiciones de armas y horteras ofrendas florales. Y así recuerdo los debates económicos post-limoneros con sabor a crep de chocolate.
Me silencia el comentario la ley innata de Roberto Iniesta y, con el atardecer, cambio la belleza de incandescencias crepusculares por la más gris y sobria de esta Gran Vía que me retiene lejos del Nervión y me empuja a las orillas del Índico.
Pido una entrada junto al pasillo por no obligar a la rodilla más de lo que lo hizo la chica de ayer mientras se dejaba llevar por mí. ¿Una?- pregunta un taquillero joven y feo al que cambiaría mi empleo sin pensármelo-. Le insisto por segunda vez como si quisiese recrearse pensando en que, al fin y al cabo, trabajar un viernes por la tarde tal vez no sea tan mala opción.
Le doy los 20 € que no tengo y recuerdo mis peleas policiales en Los Madrazo vestido de azul antes de sentarme en el bulevar del Prado a este lado de Cibeles que parece haberse librado de celebraciones patrióticas y días de raza.
Mientras el mp3 ha pasado al siguiente disco y me hacen temblar los huesos entrelazados de los cadáveres de 5000 años, saco el móvil, apunto en mi agenda una alarma que me recuerde que mañana tengo guerra de banderas con mi vecino de enfrente y pienso en si esta vez también se animará la vieja de al lado. Por si acaso dejaré la luz de la terraza encendida con la esperanza de que finalmente explote y se lleve su trozo de tela sin tercer color dejando por fin vencer al bando vencido.
Entonces me desplazo a Toro para brindar con un ribera por los que sufrieron a las huestes de Colón y a otros similares intelectos. Y al llegar allí encuentro caricias desnudas del sitio de mi recreo en la inmensa categoría de la diferencia de Albert Plá.
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