jueves, 5 de marzo de 2009

Cuando Candela no era siquiera un proyecto o un susto, su padre bailaba El Potro Rodrigo con sus amigos de siempre, con su sonrisa perenne, con la alegría permanente del que cada día supo disfrutar y cuidar lo poco o mucho que tenía.

No me di cuenta entonces, ni hasta muchos meses más tarde cuando todo había pasado. Tal vez ese fuese tu error. Mi error. Nuestro error. No darnos cuenta aquella noche al son del Maradó- Maradó de que te habías ido para siempre. Sigo sin saber bien qué de aquel bar te cambió la vida y se llevó parte de la mía por delante.

Hoy, mucho tiempo y sufrimiento después, me ha parecido vislumbrar en algo, no sé si en tus gestos o en tus palabras, a aquel que entró en ese bar del que me pidió salir con urgencia porque, sin que ninguno de los dos lo supiésemos, había muerto.

Y en la calma de mi cama escribo que me ha gustado ver y sentir al de antes. Y te abrazo fuerte para que no te vayas, hasta que un coche nos separa y me hace pensar si todo ha sido un mal sueño.

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