Hace unos meses estuvo a punto de marcharse sin avisar, como tantos otros.
Prefirió quedarse.
Después, en vez de narrar las vicisitudes de su prolongada neumonía, le ha dado por contarnos el viaje de un paquidermo de Lisboa a Valladolid y de allí a Viena, hace ya varios siglos.
Antes nos dejó sin muerte, sin votos y sin vista. Y hace más tiempo condenó a Jesucristo a no morir en la cruz.
Podría contarnos lo más profundo, lo más banal. No importa.
No importa lo que nos cuente. Nos lo cuenta. Nos sumerge en esos párrafos sin fin, en esos diálogos sin guión. Quita categoría en forma de minúscula a cualquier nombre propio. Nos engatusa. Da igual con qué.
Un día como hoy se cansa y para. Y tras trescientas páginas de hacer arte de la contextualización de una historia a veces absurda, la despacha en cinco caras que siempre te dejan con ganas de más.
Se me ha muerto en las manos en una estación entre Cuatro Caminos y Viena sin yo poder hacer más que pasar página y dejar escapar una lágrima que vacía más este vacío.
Y aunque sus viejos amigos sabemos que le queda poco tiempo y muchas historias que contar, nos sentiremos más solos cuando a nosotros no nos queden sus historias y sí mucho tiempo para vivir.
1 comentario:
que grande Saramago!!
aun no lei el del elefante pero leyendote me han entrado unas ganas terribles...
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